En las tierras cálidas
y húmedas de América crece un árbol: el cacao.
El hombre supo pronto cómo
extraer de sus semillas un sabor divino, cuyos aromas se encuentran allí donde
confluyen los cuatro vientos.
El chocolate tiene la
fuerza acre del huracán y, con los ojos cerrados, también es la caricia de una
brisa matinal. Helado, fustiga, sacude como un viento del Norte pero, en un
instante, puede convertirse, para reconfortarnos, en la más leve corriente de
aire cálido del Sur.
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