martes, 10 de marzo de 2020

Microrrelato

DEL ARTE DE LO MINÚSCULO: EL MICRORRELATO
  
UN POCO DE HISTORIA
De muchas formas se conoce a esta disciplina literaria. Algunos la llaman microcuento, otros minicuento o minificción. Incluso algunos la llaman cuento brevísimo pero sobre todas ellas se alza la de microrrelato, que no es más que el arte contar algo con la máxima brevedad posible. No es de extrañar entonces que el más famoso -el del dinosaurio de Augusto Monterroso- esté formado tan sólo por siete palabras. Los microrrelatos son, casi siempre, ejercicios de reescritura, o minúsculo laboratorio de experimentación del lenguaje, o ambiciosa pretensión de encerrar en unas líneas una visión trascendente del mundo. Proliferan así estos “cuentos concentrados al máximo, bellos como teoremas” -según expresión del argentino David Lagmanovich- que, con su despojamiento, ponen a prueba nuestras maneras rutinarias de leer”; presentan lo narrativo de una forma extravagantemente concentrada.
El microrrelato nace de la tradición oral y más tarde como vanguardia en la década de los 70 en Estados Unidos siguiendo la estela de autores como Ambrose Bierce -que ya en 1911 escribió ‘The devil’s dictionary’ donde se volvía a definir el significado de algunas voces inglesas-, y se comienza a experimentar con él en Latinoamérica a partir de los 80 de la mano de Cortázar, Borges, Arreola, García Márquez, Denevi y el propio Monterroso. Lo que comienza como un ejercicio de virtuosismo de las pala-bras, una pirueta o agudeza literaria que divierte y que de forma velada a veces y evidente otras, muestra una claridad de mente del autor para sintetizar ideas en pocas palabras, se proclama como un género nuevo con las primeras antologías, un género idóneo para definir, parodiar o volver del revés la rapidez de los nuevos tiempos.

LA SEMILLA
La idea primigenia, la semilla del microrrelato ha de ser genial, espontánea y fresca, que nunca se haya oído nada parecido. Si es así, y sabes aplicar bien unas sencillas reglas, seguro que acabas con un buen texto entre las manos.
Podemos afirmar, en una clasificación muy global, que hay dos tipos de microrrelatos: a) el que se autoexplica y encierra entre sus palabras un mundo redondo y perfecto, alejado de las dobles interpretaciones que quieren realzar una idea o reivindicar un hecho sin ningún tipo de duda, y b) el que acepta mil interpretaciones distintas y permite que se escriban sobre él más paráfrasis y disertaciones que el número de palabras del que se compone. Se nos plantea entonces una pregunta de difícil resolución: Si para explicar un microrrelato se necesita más palabras de las que tiene..., ¿hemos conseguido entonces un buen texto?
Esta segunda vertiente suele utilizar el método Iceberg que utilizaba Hemingway. Contar sólo una octava parte de la historia y dejar que la mente del lector imagine las otras siete octavas con las imágenes que se han amueblado en sus cabezas.
Es importante tener claro de qué tipo va a ser antes de empezar a escribir.

EL ALMA DE LA BESTIA
El microrrelato nace de la emergencia de contar algo impactante en unas pocas líneas. Algo que no deje indiferente, que te consterne hasta tal punto que lo repitas una y otra vez en tu cabeza a lo largo de los días siguientes de haberlo leído, que te quite el sueño y te despiertes en mitad de la noche preguntándote qué quería decir el autor precisamente con esa palabra y no con otra.
En el arte del microrrelato cada palabra es seleccionada con cuidado, desempolvada con cariño y colocada con pinzas junto a sus compañeras que enseguida la aceptaran o la repudiarán con todas sus fuerzas. Si una palabra no funciona, se encenderán todas las alarmas en el país que forma cada pequeño texto y todas las demás afinadas dentro de sus fronteras, no dudarán ni un solo momento en acompañarla hasta el linde de sus límites y allí, canjearla -como si del intercambio de un secuestro se tratara- por una más afín al espíritu buscado.
El microrrelato busca sorprender desde el primer momento. No hay tiempo para desarrollar ideas o introducir personajes, por lo tanto la primera frase es básica y formará el esqueleto central donde se armarán el resto de frases. Esas primeras palabras han de captar la atención del lector para que se quede atrapado. Las frases siguientes deberán llevarle cómodamente hasta el final, sin sobresaltos, sin giros bruscos que haga que se pierda, en pocas palabras, hacerle bajar la guardia para que en la última parte, sentenciar con la fuerza de un martillo sobre su cabeza y cerrar el cuento de una forma tan hermética e inequívoca que el lector sabrá en ese preciso instante -justo cuando llega a su punto final- si le ha gustado o no.
Citando a Luis Torres: ‘Para explicarlo de alguna forma es como cuando encendemos una cerilla, primero, un chispazo; luego, la llama se extingue fugaz y, finamente, esa quemazón en los dedos’.

EL NOMBRE DE LA CRIATURA
Otra cosa a tener en cuenta es el título del microrrelato. Ha de ser escogido con sumo cuidado. Si de utilizar el mínimo número de palabras se trata, no podemos permitirnos redundancia o repetición de la información. Por tanto, el título debe ser complementario al resto del texto, forma parte de la historia y ayuda a comprender o a cerrar cada pequeño mundo que abramos. Títulos tan explicativos como los de Poe -‘El pozo y el péndulo’ o ‘El cuervo’ por ejemplo- no tendrían cabida en esta disciplina.
Hay pequeños trucos, como utilizar otros idiomas a la hora de dar nombre al microrrelato para situar el espacio / tiempo del mismo. De esta manera un título en latín nos transportaría de inmediato a la época medieval, al mundo eclesiástico o a un entorno culto y un título en inglés nos llevaría de forma inequívoca al mundo anglosajón y quizá a una época. Utilizando ‘Make love, not war’ por ejemplo, nos llevaría al mundo hippie de los 60 y a su revolución sexual. Ejemplos de esto puede ser el título ‘Veritas odium parit’ de Denevi o ‘Go West!’ de Borges que nos sitúa de lleno en los tiempos de la conquista del oeste americano.

Decálogo del perfecto microcuentista
I - Antes de escribir nada, lee todo.
No se puede escribir nada de calidad sin haber leído a los grandes. Busca las obras de los maestros en la materia -Borges, Cortázar, Monterroso, Aub, Denevi, Gómez de la Serna...- , apréndetelas de memoria y olvídalas. Sólo entonces -y cuando hayas dejado de imitarles- escribirás algo de calidad.
II - No escribas nada que no aporte nada nuevo.
Esta rotunda afirmación se podría transpolar al resto de las artes, pero en esta en concreto es una verdad absoluta. Busca una idea innovadora y explótala hasta el final.
III - Elige con sumo cuidado cada una de las palabras.
En esta disciplina el matiz de cada vocablo es fundamental. No es lo mismo ‘atrapar’ que ‘apresar’ o ‘coger’. La primera es coger a quien huye o engañar a alguien para que caiga en una trampa, la segunda tiene connotación animal -hacer presa con colmillos o garra- o naval -apoderarse de una nave- y la tercera es la forma general y anodina que engloba a las dos primeras.
Evita adjetivar. Antepón siempre un sustantivo débil a un adjetivo fuerte. Si existe un adjetivo para describirlo seguro que un sustantivo se acerca más a la idea que buscas transmitir.
IV - Concentra tu máximo esfuerzo en la primera frase.
Es la que atrapa al lector. No es lo mismo empezar con ‘Me enamoré de un pez’ que con ‘Era una calurosa tarde de abril’.
V - Haz que el título forme parte de la historia.
En tan poco recorrido no puedes desperdiciar ningún recurso. Las palabras del título deben aportar información, aclarar la historia o situar de forma inequívoca la acción. Además, igual que la primera frase, ha de ser original y que te empuje a leerlo. Si el punto anterior lo cumples, entonces ya sólo tienes que acompañar al lector cogido de la mano hasta el punto final.
VI - Una imagen vale más que mil palabras.
Este tópico adquiere vital importancia en el microrrelato. Si consigues expresar con una mirada desgarrada de la chica hacía el chico -o al revés-, se explique que vivieron una apasionada historia de amor en otra época, has conseguido ahorrarte la explicación que te llevaría sin duda más espacio.
VII - La elipsis es la reina.
En la literatura en general y en esta disciplina en particular la figura de la elipsis es fundamental. Nunca menosprecies al lector. Juega con sus conocimientos, aprovéchalos y evita exponer información que ya sepa. Todo el mundo sabe que el fruto prohibido fue una manzana, ¿para qué nombrarla entonces?
VIII - Parte de situaciones y personajes conocidos.
Utiliza personajes de la cultura universal. Si nombras a Eva o a Adán transportarás al lector al principio de los tiempos. Si nombras a Hitler lo asociará inmediatamente con la II Guerra Mundial. Por otra parte, si nombras a Caperucita, todo el mundo estará esperando que salga el lobo.
IX - Usa sin complejos toda la literatura anterior.
La literatura se nutre de literatura. Si nombras a un escarabajo llevarás al lector a pensar de forma inevitable en Kafka, si hablas de sueños y erotismo aparecerá Freud en cualquier momento y si apoyas una pipa en el microrrelato, Sherlock Holmes estará llamando a tu puerta.
X - Golpea sin piedad en el punto final.
La explosión de la idea viene con la última palabra. Ahí es cuando todo el microrrelato toma forma, cuando todo se explica y adquiere sentido. El punto álgido no puede estar al principio pues perderías la atención del escritor, ni tampoco en medio porque defraudarías sus expectativas. Es justo en el punto final cuando el lector espera –sin saberlo y ahí es donde reside nuestra mayor ventaja- ser noqueado.

Ejemplos de microrrelatos
El dinosaurio (Augusto Monterroso)
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Veritas odium parit (Marco Denevi)
Traedme el caballo más veloz -pidió el hombre honrado- acabo de decirle la verdad al rey.

Crímenes Ejemplares (Max Aub)
-¡Antes muerta! -me dijo. ¡Y yo lo único que quería era darle gusto!

Puntualidad (Ángel Olgoso)
Todos los veranos regreso al lugar que un día ocupó mi pueblo, sumergido desde hace treinta años bajo las aguas del pantano. Me siento en la orilla, o en un roquedo, y cada mañana, a las diez en punto, escucho un sonido que sube desde las profundidades, un tintineo sordo, conmovedor, helado como una pena. No, no es tañido de las campanas de la iglesia, me digo siempre, se parece más al timbre de la bicicleta del cartero.

La oveja negra (Augusto Monterroso)
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran también ejercitarse también en la escultura.

Suicidio, o morir por error (Dulce Chacón)
Antes de estrellarse con el suelo, la miró con asombro. Saltaremos juntos -le había asegurado la bella bellísima-. Una. Dos. Y tres. Y él se precipitó. Y la bella bellísima le soltó la mano. Y desde lo alto, asomada bellísima en azul, le juró que le amaría hasta la muerte.

Hablaba y hablaba… (Max Aub)
Hablaba y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga a hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además, hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

Este tipo es una mina (Luisa Valenzuela)
No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.

Sin título (Gabriel Jiménez Emán)
Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

Sin título (José Antonio Martín)
Cuento que me contó una vez mi hija Adriana fastidiada de que le pidiera un cuento: HABÍA UNA VEZ COLORÍN COLORADO.

Calidad y cantidad (Alejandro Jodorowsky)
No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.

E-mail (Cuca Canals)

Amenazas (William Ospina)
-          Te devoraré -dijo la pantera.
-          Peor para ti -dijo la espada.


La muerte en Samarra (Gabriel García Márquez)
El criado llega aterrorizado a casa de su amo.
-Señor -dice- he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da un caballo y dinero, y le dice:
- Huye a Samarra.
El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra la Muerte en el mercado.
- Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza dice.
-No era de amenaza -responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.
El otro Franz (David Lagmanovich)
Tú no te enteras de nada, hijo. Se te van los días y las noches pensando en serenatas, reflexionando sobre la velocidad de las truchas o intentando componer una sinfonía que sin duda dejarás inconclusa. A veces tu música suena como algo agradable, pero no es ocupación para un hombre hecho y derecho. Te lo he dicho una y mil veces, Franz: cambia de hábitos y haz algo de provecho, pues estás en riesgo de pasar a la historia como un auténtico símbolo del fracaso.

El rayo que cayó dos veces en el mismo sitio (Augusto Monterroso)
Hubo una vez un rayo que cayados veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.

La mano (Ramón Gómez de la Serna)
El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino.
 La policía no encontraba la pista del aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto.
Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos la agarraron un dedo, porque era vigorosa como si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte.
¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano?
Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: “Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario