jueves, 19 de mayo de 2022

La lectura de los jueves



12 de junio Stranger Things

Rimbaud   Iluminaciones

Alejandra Pizarnik  Caminos de inocencia    Poemas


18/5/ 2022

Qúé me quieres amor?


11/5/2022


Epitafios

Epitafios




4/5/2022


Pablo letra  Shego




Big Tief  Paul    letra


Raperas


La mala Rodríguez        Por la noche

letra

              







La ley de Murphy  Ariana Puello



------------------------------



                                              ¡Cima de la delicia
                                                                        Todo en el aire es pájaro                   
                                                                                                                Jorge Guillén                  
Pájaro Del Gorrión Aislado El Encaramarse Que Se Sienta Del ...

LLegó la primavera,
aquí tienes varios textos, para que pensemos todos un poco en la vida naturaleza

Obsérvalos con calma antes de responder
----------------------------------------------------------------------
´
 La primavera adorable

¿Qué opinas de la naturaleza?


 Walt Whitman


“Creo que una brizna de yerba

no es menos que el camino

que recorren las estrellas.

Y que la hormiga es perfecta.

Y que también lo son

el grano de arena y el huevo del zorzal.

Y que la rana es una obra maestra,

digna de las más altas.

Y que la zarzamora podría

adornar los salones del cielo.

Y que la menor articulación de mi mano

puede humillar a todas las máquinas.

Y que una vaca, paciendo con la cabeza baja,

supera a todas las estatuas.

Y que un ratón, es un milagro capaz

de asombrar a millones de incrédulos.

Este es un canto de amor y respeto

a la más grande de todas las maravillas,

que es la vida humana.

Y yo también lo creo”






Walt Whitman  ¿Por qué una brizna de hierba y una hormiga son perfectas?


Eres el gorrión de arriba. Tú eres el gorrión. Cuéntanos algo.

---------------------------------------------------------------------------------------


1)

El Último de la Fila

1

                              - Cuando el mar te tenga.

                                                                                           letra



2)    Walt Whitman


“Creo que una brizna de yerba

no es menos que el camino

que recorren las estrellas.

Y que la hormiga es perfecta.

Y que también lo son

el grano de arena y el huevo del zorzal.

Y que la rana es una obra maestra,

digna de las más altas.

Y que la zarzamora podría

adornar los salones del cielo.

Y que la menor articulación de mi mano

puede humillar a todas las máquinas.

Y que una vaca, paciendo con la cabeza baja,

supera a todas las estatuas.

Y que un ratón, es un milagro capaz

de asombrar a millones de incrédulos.

Este es un canto de amor y respeto

a la más grande de todas las maravillas,

que es la vida humana.

Y yo también lo creo”




3)
Octavio Paz     Discurso del Nobel
Uno de los gestos más antiguos del hombre un gesto que, desde el comienzo, repetimos diariamente es alzar la cabeza y contemplar, con asombro, el cielo estrellado. Casi siempre esa contemplación termina con un sentimiento de fraternidad con el universo. Hace años, una noche en el campo, mientras contemplaba un cielo puro y rico de estrellas, oí entre las hierbas oscuras el son metálico de los élitros de un grillo. Había una extraña correspondencia entre la palpitación nocturna del firmamento y la musiquilla del insecto. Escribí estas líneas:

Es grande el cielo
y arriba siembran mundos.
Imperturbable,
prosigue en tanta noche
el grillo berbiquí.

Estrellas, colinas, nubes, árboles, pájaros, grillos, hombres: cada uno en su mundo, cada uno un mundo y no obstante, todos esos mundos se corresponden. Sólo si renace entre nosotros el sentimiento de hermandad con la naturaleza, podremos defender a la vida. No es imposible: fraternidad es una palabra que pertenece por igual a la tradición liberal y a la socialista, a la científica y a la religiosa.




4)
 Greta Thunberg.   El libro Cambiemos el mundo (editorial Lumen) recoge todos los discursos de la joven activista.
Greta Thunberg

Algunas personas dicen que deberíamos estar en el colegio. Otras que deberíamos estudiar para ser climatólogos y así poder «resolver la crisis climática». Pero esta crisis ya está resuelta. Ya tenemos los datos y las soluciones. Lo único que hay que hacer es despertar y cambiar.
¿Y por qué debería estar estudiando por un futuro que pronto podría dejar de existir cuando nadie está haciendo absolutamente nada por salvarlo? Además, ¿qué sentido tiene aprender datos dentro del sistema educativo cuando es evidente que los datos más importantes que nos proporciona la ciencia más erudita dentro de ese mismo sistema educativo no significan nada para nuestros políticos y para nuestra sociedad?
Actualmente, utilizamos cien millones de barriles de petróleo al día. No hay políticas para cambiar eso. No hay leyes para que ese petróleo se quede bajo tierra. De modo que no podemos salvar el mundo acatando las reglas. Porque las reglas tienen que cambiar.
Todo tiene que cambiar. Y tiene que empezar a cambiar hoy.
«El futuro de las próximas generaciones recae en ustedes»
No hace falta desplazarse para protestar contra la crisis climática. Porque el cambio climático ya está por todas partes. Podéis quedaros de pie o sentados delante de un edificio gubernamental en cualquier lugar del mundo y será igual de útil. Podéis plantaros delante de cualquier compañía petrolera o energética, de cualquier tienda de comestibles o periódicos, aeropuerto, gasolinera, productor de carne o cadena de televisión del mundo.
No se está haciendo lo suficiente ni por asomo. Es necesario cambiarlo todo y que cambiemos todos. El secretario general de las Naciones Unidas declaró que tenemos hasta 2020 para cambiar el rumbo e invertir la curva de emisiones para cumplir con el objetivo definido en el Acuerdo de París, o el mundo se enfrentará a «una amenaza existencial directa».
Si la gente supiera que, según los científicos, tenemos un 5% de posibilidades de alcanzar el objetivo de París, y fuese consciente del escenario de pesadilla al que nos enfrentamos si no mantenemos el calentamiento global por debajo de los 2ºC, no me preguntaría por qué hago huelga estudiantil delante del Parlamento. Porque si todos supieran lo grave que es la situación y lo poco que se está haciendo realmente al respecto, vendrían y se sentarían a nuestro lado.
En Suecia vivimos como si tuviéramos los recursos de 4,2 planetas. En Finlandia necesitáis 3,7 planetas. Por desgracia, Suecia gana. Pero las huellas de carbono de ambos países están entre las más altas del mundo. Por ello pedimos a Suecia y Finlandia, y a todos los demás países, que las detengan y empiecen a vivir dentro de los límites del planeta.
«No se está haciendo lo suficiente ni por asomo. Es necesario cambiarlo todo y que cambiemos todos»
Este es un grito de socorro. A todos los periódicos que nunca han tratado esta crisis como una crisis. A todas las personas influyentes que luchan por todo menos por el clima y el medio ambiente. A todos aquellos partidos políticos que fingen tomarse en serio la cuestión climática. A todos aquellos de ustedes que prefieren mirar hacia otro lado todos los días porque parece que les asustan más los cambios que pueden impedir el cambio climático catastrófico que el cambio climático catastrófico en sí.
Su silencio es lo peor de todo.
El futuro de las próximas generaciones recae en ustedes. Mucha gente dice que Suecia y Finlandia no son más que dos países pequeños y que no importa lo que hagamos. Pero, si unos pocos niños y niñas podemos llegar a las portadas de los periódicos de todo el mundo solo por faltar al colegio unas pocas semanas, imagínese lo que podríamos conseguir todos juntos si quisiéramos.
Cada persona cuenta. Como cuenta cada emisión. Cada kilo.
Les pedimos, por tanto, que traten la crisis climática como la grave crisis que es y nos den un futuro.
Nuestra vida está en sus manos.

(*) El libro ‘Cambiemos el mundo’ (editorial Lumen) recoge todos los discursos de Greta Thunberg.

Cuestiones
Opina sobre Greta Thunberg.

¿Qué es lo que más te llamó la atención de las palabras de la joven activista?

Foro  de discusión ¿Podemos hacer algo cada uno de nosotros para cambiar el planeta?



10/2/ 2022  22000 versos al espacio

Space Odity poems    Universal poem


3/2/ 2022  Tim Burtob

La melancólica muerte de Chico Ostra

27/1/2022  La música de las palabras

  Gata Cattana   in memoriam






César Brandon


poema del cero



Poesía en la red

20/1/2022

LANA DEL REY

LA

Trópico

Canto al cuerpo eléctrico  W  Whitman

Aullido de Allen Ginsberg


Una interpretación

--------------------------------------------------------

11/11/2021  ¿Apropiación?

Ted Chiang – El gran silencio

Oats studio Rakka


 4/11/ 2021


Amelia Earharth






Jueves 16 nov La ciencia ficción

Ray Bradbury

Ray Bradbury

(Ray Douglas Bradbury; Waukenaun, Illinois, 1920 - Los Ángeles, California, 2012) Novelista y cuentista estadounidense conocido principalmente por sus libros de ciencia ficción.


Ray Bradbury

Alcanzó la fama con la recopilación de sus mejores relatos en el volumen Crónicas marcianas (1950), que obtuvieron un gran éxito y le abrieron las puertas de prestigiosas revistas. Se trata de narraciones que podrían calificarse de poéticas más que de científicas, en las que lleva a cabo una crítica de la sociedad y la cultura actual, amenazadas por un futuro tecnocratizado. En 1953 publicó su primera novela, Fahrenheit 451, que obtuvo también un éxito importante y fue llevada al cine por François Truffaut. En ella puso de manifiesto el poder de los medios de comunicación y el excesivo conformismo que domina la sociedad.

“Deberíamos enseñar a escribir y leer desde el parvulario hasta el primer grado, de tal modo que cuando el chico llegara a los ocho años ya supiera saber leer y escribir correctamente. No se puede enseñar por ordenador. Algunos dicen que sí, pero yo pienso que no se puede. Si la televisión, Internet, el ordenador, llegan más tarde a las vidas de los chicos, habrá una generación sólida y fuerte. Esto depende de los maestros, como de los padres depende controlar que se lleve adelante ese proceso. Estamos creando una generación de chicos estúpidos. Y esta situación no puede solucionarla el ordenador personal, Internet o la televisión; esto sólo puede cambiarlo un aula con lectura y escritura intensas”.

R.B.


7 nov 2021


Mutación


 30 nov 2021





Dragón  Leer aquí


Metamorfosis




VENDRÁN LLUVIAS SUAVES, un cuento de Ray Bradbury

Estados Unidos, 1920

La voz del reloj cantó en la sala: tictac, las siete, hora de levantarse, hora de levantarse, las siete, como si temiera que nadie se levantase. La casa estaba desierta. El reloj continuó sonando, repitiendo y repitiendo llamadas en el vacío. Las siete y nueve, hora del desayuno, ¡las siete y nueve!

En la cocina el horno del desayuno emitió un siseante suspiro, y de su tibio interior brotaron ocho tostadas perfectamente doradas, ocho huevos fritos, dieciséis lonjas de jamón, dos tazas de café y dos vasos de leche fresca.

-Hoy es cuatro de agosto de dos mil veintiséis -dijo una voz desde el techo de la cocina- en la ciudad de Allendale, California -Repitió tres veces la fecha, como para que nadie la olvidara-. Hoy es el cumpleaños del señor Featherstone. Hoy es el aniversario de la boda de Tilita. Hoy puede pagarse la póliza del seguro y también las cuentas de agua, gas y electricidad.

En algún sitio de las paredes, sonó el clic de los relevadores, y las cintas magnetofónicas se deslizaron bajo ojos eléctricos.

-Las ocho y uno, tictac, las ocho y uno, a la escuela, al trabajo, rápido, rápido, ¡las ocho y uno!

Pero las puertas no golpearon, las alfombras no recibieron las suaves pisadas de los tacones de goma. Llovía fuera. En la puerta de la calle, la caja del tiempo cantó en voz baja: “Lluvia, lluvia, aléjate… zapatones, impermeables, hoy.”. Y la lluvia resonó golpeteando la casa vacía. Afuera, el garaje tocó unas campanillas, levantó la puerta, y descubrió un coche con el motor en marcha. Después de una larga espera, la puerta descendió otra vez.

A las ocho y media los huevos estaban resecos y las tostadas duras como piedras. Un brazo de aluminio los echó en el vertedero, donde un torbellino de agua caliente los arrastró a una garganta de metal que después de digerirlos los llevó al océano distante.

Los platos sucios cayeron en una máquina de lavar y emergieron secos y relucientes.

“Las nueve y cuarto”, cantó el reloj, “la hora de la limpieza”.

De las guaridas de los muros, salieron disparados los ratones mecánicos. Las habitaciones se poblaron de animalitos de limpieza, todos goma y metal. Tropezaron con las sillas moviendo en círculos los abigotados patines, frotando las alfombras y aspirando delicadamente el polvo oculto. Luego, como invasores misteriosos, volvieron de sopetón a las cuevas. Los rosados ojos eléctricos se apagaron. La casa estaba limpia.

Las diez. El sol asomó por detrás de la lluvia. La casa se alzaba en una ciudad de escombros y cenizas. Era la única que quedaba en pie. De noche, la ciudad en ruinas emitía un resplandor radiactivo que podía verse desde kilómetros a la redonda.

Las diez y cuarto. Los surtidores del jardín giraron en fuentes doradas llenando el aire de la mañana con rocíos de luz. El agua golpeó las ventanas de vidrio y descendió por las paredes carbonizadas del oeste, donde un fuego había quitado la pintura blanca. La fachada del oeste era negra, salvo en cinco sitios. Aquí la silueta pintada de blanco de un hombre que regaba el césped. Allí, como en una fotografía, una mujer agachada recogía unas flores. Un poco más lejos -las imágenes grabadas en la madera en un instante titánico-, un niño con las manos levantadas; más arriba, la imagen de una pelota en el aire, y frente al niño, una niña, con las manos en alto, preparada para atrapar una pelota que nunca acabó de caer. Quedaban esas cinco manchas de pintura: el hombre, la mujer, los niños, la pelota. El resto era una fina capa de carbón. La lluvia suave de los surtidores cubrió el jardín con una luz en cascadas.

Hasta este día, qué bien había guardado la casa su propia paz. Con qué cuidado había preguntado: “¿Quién está ahí? ¿Cuál es el santo y seña?”, y como los zorros solitarios y los gatos plañideros no le respondieron, había cerrado herméticamente persianas y puertas, con unas precauciones de solterona que bordeaban la paranoia mecánica.

Cualquier sonido la estremecía. Si un gorrión rozaba los vidrios, la persiana chasqueaba y el pájaro huía, sobresaltado. No, ni siquiera un pájaro podía tocar la casa.

Cuento de Ray BradburyLa casa era un altar con diez mil acólitos, grandes, pequeños, serviciales, atentos, en coros. Pero los dioses habían desaparecido y los ritos continuaban insensatos e inútiles.

El mediodía.

Un perro aulló, temblando, en el porche.

La puerta de calle reconoció la voz del perro y se abrió. El perro, en otro tiempo grande y gordo, ahora huesudo y cubierto de llagas, entró y se movió por la casa dejando huellas de lodo. Detrás de él zumbaron unos ratones irritados, irritados por tener que limpiar el lodo, irritados por la molestia.

Pues ni el fragmento de una hoja se escurría por debajo de la puerta sin que los paneles de los muros se abrieran y los ratones de cobre salieran como rayos. El polvo, el pelo o el papel ofensivos, hechos trizas por unas diminutas mandíbulas de acero, desaparecían en las guaridas. De allí unos tubos los llevaban al sótano, y eran arrojados a la boca siseante de un incinerador que aguardaba en un rincón oscuro como un Baal maligno.

El perro corrió escaleras arriba y aulló histéricamente, ante todas las puertas, hasta que al fin comprendió, como ya comprendía la casa, que allí no había más que silencio.

Olfateó el aire y arañó la puerta de la cocina. Detrás de la puerta el horno preparaba unos pancakes que llenaban la casa con un aroma de jarabe de arce. El perro, tendido ante la puerta, olfateaba con los ojos encendidos y el hocico espumoso. De pronto, echó a correr locamente en círculos, mordiéndose la cola, y cayó muerto. Durante una hora estuvo tendido en la sala.

Las dos, cantó una voz.

Los regimientos de ratones advirtieron al fin el olor casi imperceptible de la descomposición, y salieron murmurando suavemente como hojas grises arrastradas por un viento eléctrico.

Las dos y cuarto.

El perro había desaparecido.

En el sótano, el incinerador se iluminó de pronto y un remolino de chispas subió por la chimenea.

Las dos y treinta y cinco.

Unas mesas de bridge surgieron de las paredes del patio. Los naipes revolotearon sobre el tapete en una lluvia de figuras. En un banco de roble aparecieron martinis y sándwiches de tomate, lechuga y huevo. Sonó una música.

Pero en las mesas silenciosas nadie tocaba las cartas.

A las cuatro, las mesas se plegaron como grandes mariposas y volvieron a los muros.

Las cuatro y media.

Las paredes del cuarto de los niños resplandecieron de pronto.

Aparecieron animales: jirafas amarillas, leones azules, antílopes rosados, panteras lilas que retozaban en una sustancia de cristal. Las paredes eran de vidrio y mostraban colores y escenas de fantasía. Unas películas ocultas pasaban por unos piñones bien aceitados y animaban las paredes. El piso del cuarto imitaba un ondulante campo de cereales. Por él corrían escarabajos de aluminio y grillos de hierro, y en el aire caluroso y tranquilo unas mariposas de gasa rosada revoloteaban sobre un punzante aroma de huellas animales. Había un zumbido como de abejas amarillas dentro de fuelles oscuros, y el perezoso ronroneo de un león. Y había un galope de okapis y el murmullo de una fresca lluvia selvática que caía como otros casos, sobre el pasto almidonado por el viento.

De pronto las paredes se disolvieron en llanuras de hierbas abrasadas, kilómetro tras kilómetro, y en un cielo interminable y cálido. Los animales se retiraron a las malezas y los manantiales.

Era la hora de los niños.

Las cinco. La bañera se llenó de agua clara y caliente.

Las seis, las siete, las ocho. Los platos aparecieron y desaparecieron, como manipulados por un mago, y en la biblioteca se oyó un clic. En la mesita de metal, frente al hogar donde ardía animadamente el fuego, brotó un cigarro humeante, con media pulgada de ceniza blanda y gris.

Las nueve. En las camas se encendieron los ocultos circuitos eléctricos, pues las noches eran frescas aquí.

Las nueve y cinco. Una voz habló desde el techo de la biblioteca.

-Señora McClellan, ¿qué poema le gustaría escuchar esta noche?

La casa estaba en silencio.

-Ya que no indica lo que prefiere -dijo la voz al fin-, elegiré un poema cualquiera.

Una suave música se alzó como fondo de la voz.

-Sara Teasdale. Su autor favorito, me parece…

Vendrán lluvias suaves y olores de tierra,

y golondrinas que girarán con brillante sonido;

y ranas que cantarán de noche en los estanques

y ciruelos de tembloroso blanco

y petirrojos que vestirán plumas de fuego

y silbarán en los alambres de las cercas;

y nadie sabrá nada de la guerra,

a nadie le interesara que haya terminado.

A nadie le importará, ni a los pájaros ni a los árboles,

si la humanidad se destruye totalmente;

y la misma primavera, al despertarse al alba,

apenas sabrá que hemos desaparecido.

El fuego ardió en el hogar de piedra y el cigarro cayó en el cenicero: un inmóvil montículo de ceniza. Las sillas vacías se enfrentaban entre las paredes silenciosas, y sonaba la música.

A las diez la casa empezó a morir.

Soplaba el viento. La rama desprendida de un árbol entró por la ventana de la cocina.

La botella de solvente se hizo trizas y se derramó sobre el horno. En un instante las llamas envolvieron el cuarto.

-¡Fuego! – gritó una voz.

Las luces se encendieron, las bombas vomitaron agua desde los techos. Pero el solvente se extendió sobre el linóleo por debajo de la puerta de la cocina, lamiendo, devorando, mientras las voces repetían a coro:

– ¡Fuego, fuego, fuego!

La casa trató de salvarse. Las puertas se cerraron herméticamente, pero el calor había roto las ventanas y el viento entró y avivó el fuego.

La casa cedió terreno cuando el fuego avanzó con una facilidad llameante de cuarto en cuarto en diez millones de chispas furiosas y subió por la escalera. Las escurridizas ratas de agua chillaban desde las paredes, disparaban agua y corrían a buscar más. Y los surtidores de las paredes lanzaban chorros de lluvia mecánica.

Pero era demasiado tarde. En alguna parte, suspirando, una bomba se encogió y se detuvo. La lluvia dejó de caer. La reserva del tanque de agua que durante muchos días tranquilos había llenado bañeras y había limpiado platos estaba agotada.

El fuego crepitó escaleras arriba. En las habitaciones altas se nutrió de Picassos y de Matisses, como de golosinas, asando y consumiendo las carnes aceitosas y encrespando tiernamente los lienzos en negras virutas.

Después el fuego se tendió en las camas, se asomó a las ventanas y cambió el color de las cortinas.

De pronto, refuerzos.

De los escotillones del desván salieron unas ciegas caras de robot y de las bocas de grifo brotó un líquido verde.

El fuego retrocedió como un elefante que ha tropezado con una serpiente muerta. Y fueron veinte serpientes las que se deslizaron por el suelo, matando el fuego con una venenosa, clara y fría espuma verde.

Pero el fuego era inteligente y mandó llamas fuera de la casa, y entrando en el desván llegó hasta las bombas. ¡Una explosión! El cerebro del desván, el director de las bombas, se deshizo sobre las vigas en esquirlas de bronce.

El fuego entró en todos los armarios y palpó las ropas que colgaban allí.

La casa se estremeció, hueso de roble sobre hueso, y el esqueleto desnudo se retorció en las llamas, revelando los alambres, los nervios, como si un cirujano hubiera arrancado la piel para que las venas y los capilares rojos se estremecieran en el aire abrasador. ¡Socorro, socorro! ¡Fuego! ¡Corred, corred! El calor rompió los espejos como hielos invernales, tempranos y quebradizos. Y las voces gimieron: fuego, fuego, corred, corred, como una trágica canción infantil; una docena de voces, altas y bajas, como voces de niños que agonizaban en un bosque, solos, solos. Y las voces fueron apagándose, mientras las envolturas de los alambres estallaban como castañas calientes. Una, dos, tres, cuatro, cinco voces murieron.

En el cuarto de los niños ardió la selva. Los leones azules rugieron, las jirafas moradas escaparon dando saltos. Las panteras corrieron en círculos, cambiando de color, y diez millones de animales huyeron ante el fuego y desaparecieron en un lejano río humeante…

Murieron otras diez voces. Y en el último instante, bajo el alud de fuego, otros coros indiferentes anunciaron la hora, tocaron música, segaron el césped con una segadora automática, o movieron frenéticamente un paraguas, dentro y fuera de la casa, ante la puerta que se cerraba y se abría con violencia. Ocurrieron mil cosas, como cuando en una relojería todos los relojes dan locamente la hora, uno tras otro, en una escena de maniática confusión, aunque con cierta unidad; cantando y chillando los últimos ratones de limpieza se lanzaron valientemente fuera de la casa ¡arrastrando las horribles cenizas!

Y en la llameante biblioteca una voz leyó un poema tras otro con una sublime despreocupación, hasta que se quemaron todos los carretes de película, hasta que todos los alambres se retorcieron y se destruyeron todos los circuitos.

El fuego hizo estallar la casa y la dejó caer, extendiendo unas faldas de chispas y de humo.

En la cocina, un poco antes de la lluvia de fuego y madera, el horno preparó unos desayunos de proporciones psicopáticas: diez docenas de huevos, seis hogazas de tostadas, veinte docenas de lonjas de jamón, que fueron devoradas por el fuego y encendieron otra vez el horno, que siseó histéricamente.

El derrumbe. El altillo se derrumbó sobre la cocina y la sala. La sala cayó al sótano, el sótano al subsótano. La congeladora, el sillón, las cintas grabadoras, los circuitos y las camas se amontonaron muy abajo como un desordenado túmulo de huesos.

Humo y silencio. Una gran cantidad de humo.

La aurora asomó débilmente por el este. Entre las ruinas se levantaba sólo una pared. Dentro de la pared una última voz repetía y repetía, una y otra vez, mientras el sol se elevaba sobre el montón de escombros humeantes:

-Hoy es cinco de agosto de dos mil veintiséis hoy es cinco de agosto de dos mil veintiséis, hoy es…

Martians Chronicles (1950). Crónicas marcianas, Traducción: Francisco Abelenda, Buenos Aires, Minotauro, 1955, págs. 119-123.


Más sobre el tema



Servicio al cliente automatizado


-------------------------


Lectura de los jueves   

VENDRÁN LLUVIAS SUAVES, un cuento de Ray Bradbury



Resúmelo brevemente
¿Qué crees que quiere decir Bradbury con este relato?
¿En qué se parece al capítulo


Relato  Cuenta cómo será la vida robótica del 2121.

No hay comentarios:

Publicar un comentario