DEL ARTE DE LO MINÚSCULO: EL
MICRORRELATO
UN POCO DE HISTORIA
De muchas
formas se conoce a esta disciplina literaria. Algunos la llaman microcuento, otros minicuento o minificción. Incluso algunos la llaman cuento brevísimo pero
sobre todas ellas se alza la de microrrelato, que no es más que el arte contar algo con la máxima
brevedad posible. No es de
extrañar entonces que el más famoso -el del dinosaurio de Augusto Monterroso- esté
formado tan sólo por siete
palabras. Los
microrrelatos son, casi siempre, ejercicios de reescritura, o minúsculo
laboratorio de experimentación del lenguaje, o ambiciosa pretensión de encerrar
en unas líneas una visión trascendente del mundo. Proliferan así estos “cuentos concentrados al máximo,
bellos como teoremas” -según
expresión del argentino David Lagmanovich- que, con su despojamiento, ponen a
prueba nuestras maneras rutinarias de leer”; presentan lo narrativo de una
forma extravagantemente concentrada.
El microrrelato nace de la tradición
oral y más tarde como vanguardia en la década de los 70 en Estados
Unidos siguiendo la estela de
autores como Ambrose Bierce -que ya en 1911 escribió ‘The
devil’s dictionary’ donde se volvía a definir el significado de algunas
voces inglesas-, y se comienza a experimentar con él en Latinoamérica a partir de los 80 de la mano de Cortázar, Borges, Arreola, García Márquez, Denevi y el propio Monterroso. Lo que comienza como un ejercicio de virtuosismo de las
pala-bras, una pirueta o agudeza literaria que divierte y que de forma velada a
veces y evidente otras, muestra una claridad de mente del autor para sintetizar
ideas en pocas palabras, se proclama como un
género nuevo con las primeras
antologías, un género idóneo para definir,
parodiar o volver del revés la rapidez de los nuevos tiempos.
LA SEMILLA
La idea primigenia, la semilla del microrrelato ha de ser genial, espontánea y fresca, que nunca se haya oído nada parecido.
Si es así, y sabes aplicar bien unas sencillas reglas, seguro que acabas con un
buen texto entre las manos.
Podemos
afirmar, en una clasificación muy global, que hay dos tipos de microrrelatos: a) el que se autoexplica y encierra entre
sus palabras un mundo redondo
y perfecto, alejado de las
dobles interpretaciones que quieren realzar una idea o reivindicar un hecho sin
ningún tipo de duda, y b) el que acepta mil interpretaciones distintas y permite que se escriban sobre él más
paráfrasis y disertaciones que el número de palabras del que se compone. Se nos
plantea entonces una pregunta de difícil resolución: Si para explicar un
microrrelato se necesita más palabras de las que tiene..., ¿hemos conseguido
entonces un buen texto?
Esta segunda vertiente suele utilizar el método Iceberg que utilizaba Hemingway. Contar sólo una
octava parte de la historia y dejar que la mente del lector imagine las otras
siete octavas con las imágenes que se han amueblado en sus cabezas.
Es importante tener claro de qué tipo va a ser antes de empezar a
escribir.
EL ALMA DE LA BESTIA
El microrrelato nace de la emergencia de contar algo impactante en unas
pocas líneas. Algo que no
deje indiferente, que te consterne hasta tal punto que lo repitas una y otra
vez en tu cabeza a lo largo de los días siguientes de haberlo leído, que te
quite el sueño y te despiertes en mitad de la noche preguntándote qué quería
decir el autor precisamente con esa palabra y no con otra.
En el arte del microrrelato cada
palabra es seleccionada con cuidado, desempolvada
con cariño y colocada con pinzas junto a sus compañeras que enseguida la
aceptaran o la repudiarán con todas sus fuerzas. Si una palabra no funciona, se
encenderán todas las alarmas en el país que forma cada pequeño texto y todas
las demás afinadas dentro de sus fronteras, no dudarán ni un solo momento en
acompañarla hasta el linde de sus límites y allí, canjearla -como si del
intercambio de un secuestro se tratara- por una más afín al espíritu buscado.
El microrrelato busca sorprender desde el primer momento. No hay
tiempo para desarrollar ideas o introducir personajes, por lo tanto la primera frase es básica y formará el esqueleto
central donde se armarán el resto de frases. Esas primeras palabras han de captar la atención del lector para que se quede atrapado. Las frases
siguientes deberán llevarle cómodamente hasta el final, sin sobresaltos, sin
giros bruscos que haga que se pierda, en pocas palabras, hacerle bajar la
guardia para que en la última parte, sentenciar
con la fuerza de un martillo sobre
su cabeza y cerrar el cuento
de una forma tan hermética e inequívoca que
el lector sabrá en ese preciso instante -justo cuando llega a su punto final-
si le ha gustado o no.
Citando a Luis
Torres: ‘Para explicarlo de alguna forma es como cuando encendemos una
cerilla, primero, un chispazo; luego, la llama se extingue fugaz y, finamente,
esa quemazón en los dedos’.
EL NOMBRE DE LA CRIATURA
Otra cosa a tener en cuenta es el título del microrrelato. Ha de ser escogido
con sumo cuidado. Si de utilizar el mínimo número de palabras se trata, no podemos permitirnos redundancia
o repetición de la información. Por tanto, el título debe ser complementario
al resto del texto, forma
parte de la historia y ayuda a comprender o a cerrar cada pequeño mundo que
abramos. Títulos tan explicativos como los de Poe -‘El pozo y el péndulo’ o ‘El
cuervo’ por ejemplo- no tendrían cabida en esta disciplina.
Hay pequeños trucos,
como utilizar otros idiomas a la hora de dar nombre al
microrrelato para situar el
espacio / tiempo del mismo.
De esta manera un título en latín nos transportaría de inmediato a la
época medieval, al mundo eclesiástico o a un entorno culto y un título en inglés nos llevaría de forma inequívoca al
mundo anglosajón y quizá a una época. Utilizando ‘Make love, not war’ por ejemplo, nos llevaría al mundo
hippie de los 60 y a su revolución sexual. Ejemplos de esto puede ser el título
‘Veritas odium parit’ de Denevi o ‘Go West!’ de Borges que nos
sitúa de lleno en los tiempos de la conquista del oeste americano.
Decálogo del perfecto microcuentista
I - Antes de escribir nada, lee todo.
No se puede escribir nada de calidad sin haber leído a los
grandes. Busca las obras de los maestros en la materia -Borges, Cortázar,
Monterroso, Aub, Denevi, Gómez de la
Serna.. .- , apréndetelas de memoria y
olvídalas. Sólo entonces -y cuando hayas dejado de imitarles- escribirás algo
de calidad.
II - No escribas nada que no aporte nada nuevo.
Esta rotunda afirmación se podría transpolar al resto de las
artes, pero en esta en concreto es una verdad absoluta. Busca una idea
innovadora y explótala hasta el final.
III - Elige con sumo cuidado cada una de las palabras.
En esta disciplina el matiz de cada vocablo es fundamental. No es
lo mismo ‘atrapar’ que ‘apresar’ o ‘coger’. La primera es
coger a quien huye o engañar a alguien para que caiga en una trampa, la segunda
tiene connotación animal -hacer presa con colmillos o garra- o naval
-apoderarse de una nave- y la tercera es la forma general y anodina que engloba
a las dos primeras.
Evita adjetivar. Antepón siempre un sustantivo débil a un adjetivo
fuerte. Si existe un adjetivo para describirlo seguro que un sustantivo se
acerca más a la idea que buscas transmitir.
IV - Concentra tu máximo esfuerzo en la primera frase.
Es la que atrapa al lector. No es lo mismo empezar con ‘Me
enamoré de un pez’ que con ‘Era una calurosa tarde de abril’.
V - Haz que el título forme parte de la historia.
En tan poco recorrido no puedes desperdiciar ningún recurso. Las
palabras del título deben aportar información, aclarar la historia o situar de
forma inequívoca la acción. Además, igual que la primera frase, ha de ser
original y que te empuje a leerlo. Si el punto anterior lo cumples, entonces ya
sólo tienes que acompañar al lector cogido de la mano hasta el punto final.
VI - Una imagen vale más que mil palabras.
Este tópico adquiere vital importancia en el microrrelato. Si
consigues expresar con una mirada desgarrada de la chica hacía el chico -o al
revés-, se explique que vivieron una apasionada historia de amor en otra época,
has conseguido ahorrarte la explicación que te llevaría sin duda más espacio.
VII - La elipsis es la reina.
En la literatura en general y en esta disciplina en particular la
figura de la elipsis es fundamental. Nunca menosprecies al lector. Juega con
sus conocimientos, aprovéchalos y evita exponer información que ya sepa. Todo
el mundo sabe que el fruto prohibido fue una manzana, ¿para qué nombrarla
entonces?
VIII - Parte de situaciones y personajes conocidos.
Utiliza personajes de la cultura universal. Si nombras a Eva o a
Adán transportarás al lector al principio de los tiempos. Si nombras a Hitler
lo asociará inmediatamente con la
II Guerra Mundial.
Por otra parte, si nombras a Caperucita, todo el mundo estará esperando que
salga el lobo.
IX - Usa sin complejos toda la literatura anterior.
La literatura se nutre de literatura. Si nombras a un escarabajo
llevarás al lector a pensar de forma inevitable en Kafka, si hablas de sueños y
erotismo aparecerá Freud en cualquier momento y si apoyas una pipa en el
microrrelato, Sherlock Holmes estará llamando a tu puerta.
X - Golpea sin piedad en el punto final.
La explosión de la idea viene con la última palabra. Ahí es cuando
todo el microrrelato toma forma, cuando todo se explica y adquiere sentido. El
punto álgido no puede estar al principio pues perderías la atención del
escritor, ni tampoco en medio porque defraudarías sus expectativas. Es justo en
el punto final cuando el lector espera –sin saberlo y ahí es donde reside
nuestra mayor ventaja- ser noqueado.
Ejemplos de microrrelatos
El
dinosaurio (Augusto
Monterroso)
Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Veritas
odium parit (Marco
Denevi)
Traedme el
caballo más veloz -pidió el hombre honrado- acabo de decirle la verdad al rey.
Crímenes
Ejemplares (Max Aub)
-¡Antes
muerta! -me dijo. ¡Y yo lo único que quería era darle gusto!
Puntualidad (Ángel Olgoso)
Todos los
veranos regreso al lugar que un día ocupó mi pueblo, sumergido desde hace
treinta años bajo las aguas del pantano. Me siento en la orilla, o en un
roquedo, y cada mañana, a las diez en punto, escucho un sonido que sube desde
las profundidades, un tintineo sordo, conmovedor, helado como una pena. No, no
es tañido de las campanas de la iglesia, me digo siempre, se parece más al
timbre de la bicicleta del cartero.
La oveja negra (Augusto Monterroso)
En un lejano
país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después,
el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el
parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran
rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas
comunes y corrientes pudieran también ejercitarse también en la escultura.
Suicidio, o
morir por error (Dulce
Chacón)
Antes de
estrellarse con el suelo, la miró con asombro. Saltaremos juntos -le había
asegurado la bella bellísima-. Una. Dos. Y tres. Y él se precipitó. Y la bella
bellísima le soltó la mano. Y desde lo alto, asomada bellísima en azul, le juró
que le amaría hasta la muerte.
Hablaba y
hablaba… (Max Aub)
Hablaba y
hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga a
hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que
hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a
hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por
eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además, hubiese sido muy capaz
de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo
de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso,
sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
Este tipo es
una mina (Luisa
Valenzuela)
No sabemos
si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de
acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el
gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.
Sin título (Gabriel Jiménez Emán)
Aquel hombre
era invisible, pero nadie se percató de ello.
Sin título (José Antonio Martín)
Cuento que
me contó una vez mi hija Adriana fastidiada de que le pidiera un cuento: HABÍA
UNA VEZ COLORÍN COLORADO.
Calidad y
cantidad (Alejandro
Jodorowsky)
No se
enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada
era más larga.
E-mail (Cuca Canals)
Amenazas (William Ospina)
- Te devoraré -dijo la pantera.
- Peor para ti -dijo la espada.
La muerte en
Samarra (Gabriel
García Márquez)
El criado
llega aterrorizado a casa de su amo.
-Señor
-dice- he visto a la
Muerte en
el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da
un caballo y dinero, y le dice:
- Huye a
Samarra.
El criado
huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra la
Muerte en
el mercado.
- Esta
mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza dice.
-No era de
amenaza -responde la
Muerte- sino
de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo
que recogerlo allá.
Tú no te
enteras de nada, hijo. Se te van los días y las noches pensando en serenatas,
reflexionando sobre la velocidad de las truchas o intentando componer una
sinfonía que sin duda dejarás inconclusa. A veces tu música suena como algo
agradable, pero no es ocupación para un hombre hecho y derecho. Te lo he dicho
una y mil veces, Franz: cambia de hábitos y haz algo de provecho, pues estás en
riesgo de pasar a la historia como un auténtico símbolo del fracaso.
El rayo que
cayó dos veces en el mismo sitio (Augusto
Monterroso)
Hubo una vez
un rayo que cayados veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera
había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.
La mano (Ramón Gómez de la
Serna )
El doctor
Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado
en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón
abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí
hubiese entrado el asesino.
La
policía no encontraba la pista del aquel crimen, y ya iba a abandonar el
asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la
Jefatura. Saltando de
lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había
visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como
una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto.
Llena de
terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la
mano, pero la cazaron y todos la agarraron un dedo, porque era vigorosa como si
en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte.
¿Qué hacer
con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién
era aquella mano?
Después de
una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por
escrito. La mano entonces escribió: “Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado
vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala
de disección. He hecho justicia”.
Luis Landero
microrrelatos de miedo
"Nunca he creído en fantasmas. Ahora desearía que mi familia lo hiciera"
original: https://www.instagram.com/p/BSMULqiDYGz/
"No fue un virus lo que hizo que se empezasen a comer unos a otros. Fue el sabor"
https://www.instagram.com/p/BSHKlaojwUl/
"- Papá, he tenido una pesadilla.
- Cariño... yo no soy papá"
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No tengas miedo de los monstruos, búscalos. Mira a tu izquierda, mira a tu derecha, detrás del armario, dentro de él, pero nunca mires arriba: odia que la vean"
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