Resumen y comentario Los niños
del móvil Manuel Rivas
El titular de la noticia
local dice: Un menor
agrede a sus padres por no comprarle de regalo un móvil. Los detalles
son deprimentes. El muchacho, de 16 años, en su furia, ha destrozado
cuadros, muebles y enseres de la casa. La policía lo lleva detenido
El titular de la noticia
local dice: Un menor
agrede a sus padres por no comprarle de regalo un móvil. Los detalles
son deprimentes. El muchacho, de 16 años, en su furia, ha destrozado
cuadros, muebles y enseres de la casa. La policía lo lleva detenido
|
. La familia, lo sabemos, es
un lugar de afecto, pero también un campo de batalla. En ocasiones, el peor, el
más doloroso. Caen las vigas del cielo cuando se levanta la mano contra la
propia madre. Eso inquieta siempre, pero también, en este caso, es perturbador
el porqué la mirada ha elegido enfocar esa noticia entre muchas otras: el móvil
es un móvil. Podría haber sido otra cosa, pero sabemos que ese móvil del móvil
tiene algo especial. Es un aparato y, a la vez, un instrumento mágico. Nos
arroja de bruces en la incertidumbre: estamos empantallados hasta las cejas y no sabemos cuánto de
progreso y cuánto de pesadilla nos espera. Cuánto hay de carrera y de escapada
en esta fascinación colectiva. Con el smartphone tenemos en la mano, por fin, la
sensación de poseer la vara mágica de los cuentos.
Sin llegar a un extremo violento, ¿cuántas broncas no habrá
habido, no hay cada día, por la posesión infantil de ese rey indiscutible? Sí,
es inquietante, pero no tan sorprendente, pensar ahora en la imagen del
adolescente enrabietado, fuera de sí, por pertenecer, en nuestro “primer
mundo”, a ese grupo marginal de los desposeídos del poder mágico. En el nuevo
medio ambiente virtual, no tener un móvil, no estar metido en la pantalla, no
estar en la carrera en las aplicaciones, eso sí que es pobreza. En la sociedad empantallada, con televisión,
móvil, tableta, ordenador, ¿quién quiere ser pobre virtual?
El infantil ya no es un mercado potencial, es el gran caladero. En
ese “primer mundo”, según Ofcom, casi un 90% de menores de 15 años tiene acceso
a un móvil. En España, cerca del 30% de niñas y niños de 10 años. En poco
tiempo, serán una excepción los adolescentes desmovilizados.
Tal vez surja en el futuro algún movimiento de rechazo, de objetores del móvil.
Conozco algunos jóvenes que ya lo son, esa ironía de Rebeldes sin Móvil. Pero
la expansión es fulgurante, sin apenas límite. No tardarán en ser usuarios
todos los niños incunables.
Dicho en el sentido de la greguería de Ramón Gómez de la Serna sobre los libros
incunables: los que no se pueden leer en la cuna.
La principal explicación que dan la mayoría de los padres para
comprar o facilitar el smartphone a niños de 10 años o menos es la de
incrementar su seguridad. No es una razón nimia. A lo largo de la historia,
gran parte de los avances tecnológicos derivan de ese afán. Fíjense en la
cerrajería, esa vanguardia en constante innovación. Pero también sabemos que
hay seguridades muy inseguras. Aumentan los pequeños que sufren nomofobia: la angustia de
estar sin móvil y no saber qué hacer. Creo que argumentan mejor los padres que
facilitan esa tecnología a los menores con la intención de aprender de ellos.
Es tener un máster en casa. Niñas y niños tienen en las manos una vara mágica,
conectada a sus neuronas y a las yemas de los dedos. La mayoría de los adultos
lo que tenemos es un cacharro con el que pelearnos con más o menos torpeza.
El problema es el fetichismo, compartido por muchos mayores y
menores. Esa falacia de asociar empantallamiento con conocimiento. Hay comunidades
donde se ha recortado en recursos educativos y que luego alardean de
iniciativas “innovadoras” consistentes en repartir gratis tabletas al alumnado.
La escuela debería ser declarada espacio libre de empantallamiento. El lugar
donde se aprende a leer en sonda de profundidad y no en fragmentos
superficiales.
En Tailandia, frente al último golpe de Estado militar, muchos
jóvenes se manifestaron en protesta. Utilizaron los móviles para reunirse. Pero
lo que de verdad desconcertó a los nuevos dictadores fue que enarbolaran
libros, ejemplares de la novela 1984, de George Orwell. Eso sí que es un
“terminal inteligente”.
elpaissemanal@elpais.es
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