martes, 27 de enero de 2015
miércoles, 21 de enero de 2015
Normas
NORMAS A
SEGUIR:
CUMPLIMIENTO
OBLIGATORIO
1. Venir más serenos a clase, intentar
tranquilizarse.
2. Respetar el turno de palabra.
3. Aceptar sugerencias y opiniones del
resto de compañeros y del profesor.
4. No chillar.
5. No hacer el tonto en clase.
6. Dejar explicar al profesor. (Raimon)
7. Callar cuando hay que callar.
8. Intentar reagrupar la clase.
9. RESPETARSE UNOS A OTROS.
10. APRENDER UNOS DE OTROS.
jueves, 15 de enero de 2015
canciones que son poemas
http://www.um.es/tonosdigital/znum17/secciones/estudios-8.htm
http://ideasparalaclase.com/2013/04/16/cancion-para-explicar-genero-lirico/
miércoles, 14 de enero de 2015
Neruda
http://delivingblog.blogspot.com.es/2013/01/el-libro-de-las-preguntas-de-neruda.html
Pablo Neruda (Chile 1904-1973)
Fue uno de los principales poetas del siglo XX. Su
verso es sensual y sugerente, dado a metáforas audaces y adjetivos frondosos.
Sus Veinte poemas de amor (1924) es uno de los libros amorosos más leídos
por los jóvenes (y no tanto). Le dieron el Premio Nobel en 1963.
El Libro de las preguntas : hay humor, hay objetos – un catálogo, hay
imágenes muy visuales. El libro tiene casi la forma de un
diario (las preguntas que se hace uno cada día al despertarse). Hay muchas cosas que vas a reconocer
como características de tu propio mundo de seres poéticos: lunas, árboles,
pájaros, nubes, peces. El mar.
viernes, 9 de enero de 2015
Duérmete vampira mía
duérmete vampira mia
poesía Poesía para que nos gusten los viernes
Poesía para que
nos gusten los viernes
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2 Copia varios versos
y apréndetelos. Acompáñalos de dibujos
3 Intenta escribir
algún verso en ese estilo
4. Da tu opinión
sobre el libro
miércoles, 7 de enero de 2015
Sobre el acoso escolar
COLUMNA
En memoria de Carla
En cuatro meses de tareas socioeducativas no se cura la chulería ni el desprecio
por el dolor del otro
ELVIRA LINDO 4 ENE 2015 - 00:00 CET
A las víctimas hay que individualizarlas. Ponerles un rostro, una edad, una familia, un barrio, algunas inquietudes, unos cuantos sueños, una debilidad visible o escondida. Los activistas sociales lo saben desde hace tiempo, tanto como para presentar cualquier campaña que pretenda provocar empatía en el ciudadano con un rostro concreto, un nombre y una edad. Carla, por ejemplo. Una chica de 14 años que estudiaba en un colegio, el Santo Ángel de la Guarda, y con una madre que ahora conocemos, Monserrat. Carla se suicidó arrojándose por un acantilado de su ciudad, Gijón, enferma de desesperación por el acoso y la burla a la que le sometían algunas compañeras de clase. Se mofaban de su físico y de su supuesta condición sexual. Las dos chicas que lideraron las vejaciones a las que la adolescente fue sometida el año antes de que se quitara la vida han sido condenadas a cuatro meses de tareas socioeducativas para mejorar su empatía con el prójimo, en particular, con los seres más débiles. ¿Es suficiente? Si es esa la única medida, no, desde luego que no. En cuatro meses no se cura la chulería ni el desprecio por el dolor del otro. Cuatro meses no son nada si no se exige también a los padres de las autoras del delito que recapaciten sobre los valores que jamás se inculcaron en casa y por la poca atención que prestaron a la personalidad oscura y diabólica que iba haciéndose presente en sus hijas. Cuatro meses pasan volando y son estériles si la dirección del colegio en el que tuvo lugar la pesadilla que llevó a Carla a precipitarse al vacío no asume su culpa y emprende un debate para reflexionar sobre una responsabilidad que también debería recaer en un claustro que ignoró o no dio importancia al padecimiento de una de sus alumnas.
Cosas de niñas. Así se resume en más ocasiones de las que pensamos y sabemos la persecución, la burla, el escarnio que ocurren secretamente en los centros escolares. La mayoría de las veces nadie se entera del padecimiento de un niño o de una adolescente. Los chavales no suelen contar demasiado en casa porque viven el acoso al que están sometidos con culpabilidad y vergüenza. Ese silencio permite que los chulos o las chulas actúen impunemente, divirtiéndose con el sufrimiento de la criatura acorralada; por lo demás, el resto de la clase, por un temor comprensible a ser también estigmatizados, suelen callar o colaborar vagamente. Cada cierto tiempo, el horror del acoso escolar se hace visible en la prensa porque la víctima, viéndose sin capacidad para acabar con su angustia, pone fin a su vida. Es así de crudo: sabemos de la víctima por su suicidio. A Carla le daba terror ir al instituto, pero al temor que le producía el encuentro con sus torturadoras había que añadir uno de nuevo cuño: la angustia que le provocaba el comprobar cómo se burlaban de ella a través de las redes, es decir, como divulgaban en el ciberespacio la mofa para tenerla paralizada en un terror sin escapatoria. Ni en su propio dormitorio estaba a salvo la pobre desdichada de sus torturadores, ya sabemos que las injurias en Internet tienen la peculiaridad de colarse por cualquier resquicio. Esta es una historia más común de lo que parece y no se trata solamente de un delito juvenil ni que sufran en exclusiva los adolescentes. La justicia va más lenta que la tecnología y castigar al que delinque en la red, aunque es posible y cada vez más frecuente, tarda un tiempo que a la víctima se le representa como insoportable. Imagino que el castigo al bullingcibernético, agazapada la identidad del malhechor en el cobarde anonimato, acabará precisando de un mecanismo exprés para ser penalizado, dada la rapidez con que en el medio se difunden las injurias.
La tragedia nos enseña que hay que atajar la crueldad cuando brota: desde la casa, la escuela y la justicia
Parece que en estas fechas hay una voluntad colectiva de concordia, que las rivalidades pierden fuste y nuestras columnas se engalanan con buenos propósitos. Tal vez deba ser así, conviene y es saludable que sea así, que el pensamiento se mantenga en suspenso unos días antes de volver a la carga, a la bronca, a la opinión, a la arena. Pero me ha resultado inevitable, después de ver en el periódico esta semana el rostro de Montserrat Magnien, la madre de Carla, pensar que para ella no habrá Nochevieja ni Año Nuevo, que desde el 11 de abril de 2013 el tiempo avanza en una densidad amorfa, sin conceder tregua alguna ni consuelo, empecinada como está su mente en un solo propósito: que se haga justicia. Y he querido que el primer artículo de este año que acabamos de inaugurar esté dedicado a ella, a esta madre que sólo va a encontrar razones para vivir litigando a fin de que su caso, el caso de su hija Carla, se convierta en paradigmático, y que su muerte no haya sido en vano, que nos enseñe a atajar la crueldad cuando brota: desde la casa, la escuela, la justicia, que entendamos la necesidad de enseñar a quienes no tienen demasiadas luces, a los resentidos, a los duros de corazón a sufrir con el dolor ajeno. Y si es que la naturaleza no les ha dado la capacidad de comprender el sufrimiento del prójimo que sea la justicia quien ponga freno a su tara. Quería que mi artículo tuviera un rostro, el de Montserrat, y enviarle desde aquí un abrazo para que no se sienta, como seguro que se sentirá, tan sola.